Editorial
12 DE JUNIO - DÍA MUNDIAL CONTRA EL TRABAJO INFANTIL: UN LLAMADO A LA ACCIÓN COLECTIVA
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12 de junio - Día Mundial contra el Trabajo Infantil: Un llamado a la acción colectiva
"La infancia que trabaja, pierde su futuro. Y la sociedad, también."
Hoy, 12 de junio de 2025, el mundo detiene su rutina —al menos por un instante— para conmemorar el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. Pero esta fecha no puede, ni debe, convertirse en un ritual vacío, en una conmemoración más dentro del calendario de buenas intenciones. Debe ser, en cambio, un punto de inflexión. Un sacudón de conciencia. Un llamado urgente y vehemente a la acción colectiva.
Ayer, desde Radio ILUCÁN, compartimos un dato tan demoledor como ineludible: en 2024, cerca de 138 millones de niños y niñas fueron víctimas del trabajo infantil en el mundo. De ellos, 54 millones realizan tareas peligrosas, muchas veces invisibles para los ojos de quienes prefieren mirar hacia otro lado. Estas cifras no son números fríos: son infancias vulneradas, sueños aplazados, futuros mutilados.
Sí, se han logrado avances. Desde 2020, más de 20 millones de casos han sido revertidos. Pero ese logro, aunque digno de reconocimiento, se diluye frente a la magnitud del problema y a la fragilidad del compromiso institucional. El objetivo global de erradicar el trabajo infantil para 2025 parece hoy más una aspiración retórica que una meta realizable. ¿De qué sirven los compromisos internacionales si las políticas públicas siguen careciendo de fuerza, continuidad y presupuesto? ¿De qué sirve encender velas en foros globales si, al mismo tiempo, se apagan las esperanzas de millones de niños que siguen atrapados en ciclos de explotación?
En Cutervo, como en tantas regiones olvidadas del Perú profundo, el trabajo infantil no es una anécdota lejana ni una imagen de archivo: es una realidad cotidiana. Está en las calles, en los mercados, en los caminos polvorientos. Está en los rostros cansados de niños que deberían estar en el aula y no vendiendo, cargando, cuidando o sembrando. Está también en nuestra complicidad silenciosa, en nuestra tolerancia normalizada, en cada vez que callamos ante lo evidente.
Hemos edificado un relato que disfraza la explotación con palabras suaves: ayuda familiar, responsabilidad temprana, enseñanza de valores. Pero ninguna de esas justificaciones resiste el peso de la verdad: el trabajo infantil roba tiempo, salud, afecto y educación. Roba infancia. Cada hora de trabajo es una oportunidad que se esfuma; cada mochila que no se carga hacia la escuela es una historia que queda a medio escribir.
Erradicar el trabajo infantil no es una quimera. Pero tampoco es una tarea sencilla. Implica enfrentar intereses económicos, derribar prejuicios culturales y asumir que la protección de la niñez exige renuncias, inversión y coraje. Requiere transformar estructuras, pero también corazones.
Por eso, más que un día de recordación, este debe ser un día de responsabilidad compartida. ¿Qué hacer?
Fortalecer políticas públicas integrales: El Estado debe asumir su rol protagónico. No bastan las declaraciones. Se necesita inversión decidida en educación, salud, alimentación y programas sociales que reduzcan las brechas de pobreza que empujan a miles de niños al trabajo precoz. Los derechos de la niñez no pueden depender de presupuestos recortados o de la volatilidad política.
Transformar la mentalidad colectiva: Como sociedad, debemos cuestionar nuestros propios discursos. Debemos dejar de romantizar la “madurez temprana” de los niños trabajadores y empezar a ver en ellos lo que son: víctimas de un sistema que les niega el derecho a ser niños.
Garantizar entornos protectores: Las escuelas deben ser faros, no barreras. Espacios de acogida, no de exclusión. Lugares donde la niñez encuentre horizontes, no frustraciones. Esto implica docentes capacitados, infraestructura digna, programas de alimentación, apoyo psicológico y comunidad comprometida.
Responsabilidad empresarial y fiscalización real: Las empresas —grandes y pequeñas— no pueden seguir beneficiándose de cadenas productivas que descansan sobre la vulnerabilidad de los niños. La trazabilidad ética no es un lujo: es una exigencia moral. Y los gobiernos deben fiscalizar con firmeza.
Hoy, 12 de junio, no debería cerrarse con comunicados institucionales ni actos protocolarios. Hoy debe abrirse una conversación difícil, pero necesaria. Porque cada niño que trabaja es una alerta que no podemos ignorar. Es una vida que transcurre en modo de urgencia, en lugar de posibilidad. Y mientras esto siga ocurriendo, no podremos hablar de justicia, de equidad ni de desarrollo real.
La niñez no se negocia. Se cuida, se respeta, se celebra. No hay excusa válida, no hay contexto justificable. Actuar no es una opción: es una obligación ética.
Que este día no sea un final simbólico, sino un inicio decidido.
Por: José Matta Guerrero
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