Editorial

ATESORANDO LA MEMORIA DE UN SER QUERIDO

Visitas, velaciones, colocación de ofrendas florales, oraciones y otras costumbres más, es la síntesis de un gran día para congregarnos en el cementerio y rendir tributo a nuestros familiares y amigos que están en el cielo y que unido a nuestra fe y devoción es (también) un relevante componente de nuestra identidad cultural de todos nosotros sin discriminación alguna la cumplimos como grato mensaje que atesora su memoria; por “la muerte nos a los seres más queridos, sino lo inmortaliza en el recuerdo”…
Redacción RI

Más allá de la muerte, por cultura, tradición y fe, el 1 de noviembre, fecha marcada desde hace varios siglos, a través de diversas celebraciones, elevamos nuestras plegarias para reverenciar a Todos los Santos, a todos aquellos beatos y santos de la Iglesia que no cuentan con un día determinado en el calendario. 
El 2 de noviembre, se conmemora a los fieles difuntos, día que por tradición cristiana concurrimos a los camposantos para recordar y elevar nuestras preces a la memoria de nuestros seres queridos y amigos que ya no están con nosotros en vida y que, ahora, gozan de la morada eterna. 
Ese contexto de armonía cultural muy propio de la identidad de cada lugar y de cada pueblo que se desenvolvía con peculiares manifestaciones que daban relevancia a estas fechas, por segundo año consecutivo se conmemora de manera bastante especial, debido a la pandemia las visitas a los cementerios se evitarán aglomeraciones y otros hechos que vulneren la bioseguridad de las personas.
Una de las formas de honrar a nuestros difuntos y de decirle adiós por su partida son nuestras oraciones como manifestación del inmenso dolor y congoja mezclada con la plegaria frente a su tumba, rezo que no solo se remite a su ausencia, sino la celebración como si fuera una presencia viva, un homenaje pequeño, elemental, pero profundo porque sus imágenes representan todo lo que los amamos y todo lo que han sido para nosotros.
En nuestras alabanzas subyace una tristeza complementaria al pensar en las palabras que dejamos de decir en vida a nuestros seres queridos y amigos que, hoy, están a la diestra del Señor, nuestras alabanzas que subyacen en la caricia, el afecto que faltó darles, el pequeño cuidado, el detalle sencillo o la expresión de ternura y amor oportuno; acciones todas que son irreparables como el tiempo que va corriendo.
El gran impacto de la pandemia llegó a extremos incalculables nunca vistos donde hubo entierros muy dolorosos que se recuerda, nunca se tuvo tanto llanto y tanto sufrimiento, pues en nuestro país ha causado más de 200 mil personas muertas, por eso, los cementerios se han quedado pequeños para atender la demanda. 
La pandemia nos ha dejado varados en tiempos extraordinariamente crueles, ha devaluado nuestra percepción de la muerte hasta extremos inconcebibles y, peor aún, si hubo tanto sátrapas que encontró el momento propicio para sus desvaríos y ambiciones más vergonzosas y lucrarse aprovechándose del dolor ajeno. 
La tradición de nuestra Iglesia siempre nos invoca a orar por nuestros difuntos, por lo que, en la mañana de hoy, ofreció por ellos una celebración eucarística en el Cementerio Todos los Santos como la mejor ayuda espiritual que podemos dar.
Visitas, velaciones, colocación de ofrendas florales, oraciones y otras costumbres más, es la síntesis de un gran día para congregarnos en el cementerio y rendir tributo a nuestros familiares y amigos que están en el cielo y que unido a nuestra fe y devoción es (también) un relevante componente de nuestra identidad cultural de todos nosotros sin discriminación alguna la cumplimos como grato mensaje que atesora su memoria; por “la muerte no nos quita a los seres más queridos, sino lo inmortaliza en el recuerdo”…

FOTO: MPC