Editorial

EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS: ENTRE DISTRACCIONES Y REALIDADES

Editorial de este jueves 4 de setiembre del 2025
Redacción RI

EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS: ENTRE DISTRACCIONES Y REALIDADES

Cada amanecer trae consigo una agenda pública que oscila entre la tragicomedia absurda y el surrealismo más crudo, donde lo anecdótico se entrelaza con lo trágico, y lo urgente —aquello que debería definir el destino de una nación— se diluye en un mar de distracciones efímeras. Las redes sociales han transformado nuestro país en un verdadero "país de las maravillas" digital, no por sus proezas colectivas o avances sostenibles, sino porque nos sumergen en un torbellino de noticias virales que, aunque cautivadoras, desvían la mirada de las fallas estructurales de un Estado que aspira a la seriedad pero se contenta con el caos.

Los titulares de estos días lo ilustran con crudeza: la orden de liberación de la ex primera ministra Betssy Chávez, vinculada al fallido autogolpe de Estado del expresidente Pedro Castillo, dictada por el Tribunal Constitucional apenas ayer; y la excarcelación del exmandatario Martín Vizcarra, ordenada por la Sala Penal de Apelaciones también en las últimas horas, en medio de acusaciones de corrupción que lo persiguen desde su gestión como gobernador. Estos casos no son meras anécdotas judiciales; revelan las grietas profundas de un sistema de justicia precario, ineficiente y permeable a influencias políticas, que en lugar de inspirar confianza, alimenta el cinismo colectivo y perpetúa la impunidad. Mientras tanto, nos distraemos con ocurrencias que rayan en lo frívolo, como la clasificación del "pan con chicharrón" en un supuesto mundial de desayunos —un bálsamo temporal para el ego nacional—, o la polémica reconstrucción del penal El Frontón, un proyecto impulsado por la presidenta Dina Boluarte y el ministro de justicia que avanza entre improvisaciones, ausencia de consulta ciudadana, cuestionamientos presupuestarios millonarios por parte de colegios profesionales, y promesas de albergar a 2 mil presos sin un plan integral contra la delincuencia.

Pero detrás de esta cortina de humo mediática, la realidad irrumpe con una violencia que no puede ignorarse: la inseguridad ciudadana se ha convertido en una epidemia, con olas de crimen organizado que azotan ciudades como Lima y otras regiones, exacerbadas por la inestabilidad política y la falta de reformas institucionales; los conflictos sociales se intensifican en zonas como Puno y Arequipa, donde protestas contra el gobierno derivan en choques con las fuerzas del orden; los maestros permanecen desatendidos en un sistema educativo colapsado; las vías de comunicación en regiones como Cutervo siguen en estado deplorable, aislando comunidades y frenando el desarrollo económico; y las brechas sociales se ensanchan inexorablemente, agravadas por la corrupción endémica que corroe instituciones públicas, como lo evidencia la reciente sentencia de 13 años contra el expresidente Alejandro Toledo por lavado de activos. En este contexto, el país se habitúa a vivir bajo velos distractores, aplaudiendo el espectáculo mientras los verdaderos dramas —la pobreza rampante, la erosión de derechos humanos y la desconfianza en las instituciones— minan la dignidad nacional e inmortalizan un ciclo de inestabilidad que nos acerca peligrosamente a un punto de no retorno.

Esta dinámica no es fortuita; refleja una falla sistémica donde la clase política, en connivencia con medios sensacionalistas, prioriza el corto plazo y el populismo sobre la gobernanza responsable. ¿Por qué persistimos en este patrón? Porque hemos normalizado la indiferencia: un Estado que responde con retórica vacía a crisis reales, una sociedad que consume distracciones como opio digital, y una élite que se beneficia del estado de cosas. Esta reflexión nos obliga a cuestionar: ¿qué dice de nosotros como nación que permitamos que lo trivial eclipse lo esencial? ¿Hasta cuándo toleraremos un gobierno que, en medio de una ola de criminalidad y corrupción, opta por proyectos controvertidos en lugar de invertir en seguridad, educación y justicia efectiva?
El Perú demanda menos circo y más acción. No podemos consentir que lo anecdótico suplante lo trascendental, ni resignarnos a un Estado indiferente ante la inseguridad, la pobreza y la corrupción que devoran el tejido social. Es imperativo trascender el ruido mediático y exigir políticas claras, justas y eficaces que restauren la seriedad perdida. Porque una nación no se forja con titulares fugaces ni con liberaciones controvertidas, sino con una justicia imparcial que funcione, obras públicas planificadas con transparencia, y un liderazgo con el coraje de confrontar los problemas reales de su pueblo, priorizando el bien común sobre el escándalo efímero. Solo así saldremos del laberinto surrealista y construiremos un futuro digno.

Por: José Matta Guerrero

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