Editorial
LA DEGRADACIÓN DEL CONGRESO Y EL REFLEJO DE UNA CLASE POLÍTICA SIN VERGÜENZA
#Editorial | LA DEGRADACIÓN DEL CONGRESO Y EL REFLEJO DE UNA CLASE POLÍTICA SIN VERGÜENZA
El reciente informe periodístico difundido el último domingo por un medio nacional ha vuelto a desnudar la podredumbre moral y ética que habita en el Congreso de la República. Las imágenes de la parlamentaria Lucinda Vásquez, integrante de la bancada de Perú Libre, recibiendo masajes y corte de uñas de parte de su asesor dentro de instalaciones oficiales, no solo son una escena grotesca e impropia de una autoridad de la Nación, sino también el símbolo más claro de lo que se ha convertido el Legislativo: un espacio de descaro, privilegio y desprecio por la función pública.
La fotografía, captada en noviembre de 2024 en el edificio Santos Atahualpa y difundida por el programa Cuarto Poder, no necesita mayor explicación. Habla por sí sola. Refleja la distancia que separa a muchos congresistas del pueblo que dicen representar, un pueblo que trabaja, que se esfuerza, que sufre por la inseguridad, el desempleo y la corrupción. Mientras tanto, en el Congreso, se respira impunidad, soberbia y una vergonzosa pérdida de dignidad.
No es un hecho aislado. Es el síntoma de una enfermedad más profunda: la degradación moral de la clase política peruana. Cada Congreso parece superar al anterior en escándalos, frivolidad y mediocridad. La institución que debería ser la más alta expresión del debate democrático se ha convertido en un circo donde abundan los intereses personales, los acomodos, los favores y la falta total de decoro.
La indignación ciudadana es comprensible. Los peruanos ya no esperan leyes justas ni reformas profundas, apenas esperan que sus representantes no sigan avergonzando al país. Y sin embargo, el panorama futuro no invita al optimismo: pronto volveremos a tener un Congreso bicameral, con diputados y senadores que probablemente serán los mismos rostros de siempre, los mismos personajes reciclados del fracaso político, sin compromiso real con el país.
Es momento de reflexionar como sociedad. La culpa no solo recae en los políticos que abusan del poder, sino también en los electores que eligen sin memoria, sin conciencia y sin exigir verdadera rendición de cuentas. Mientras el voto siga siendo un acto emocional o interesado, el Congreso seguirá siendo el espejo deformado de nuestra propia indiferencia.
El Perú no necesita más congresistas que se acomoden en sillones de cuero, sino legisladores con principios, con sentido de servicio, con respeto por el cargo que ostentan. La fotografía de la congresista Vásquez no es solo un hecho bochornoso: es una lección amarga de lo bajo que puede caer una nación cuando sus instituciones pierden el honor.
Porque cuando el poder se vuelve comodidad, y el servicio público se convierte en privilegio, la democracia deja de ser un ideal y se transforma en una burla.
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