Editorial

LA FE Y LA ESPERANZA COMO BALSAMO DE FORTALEZA… 

En este tiempo crucial por el COVID-19 y las crisis económica, política, sanitaria y de valores fundamentales que abruman a la patria, serán la fe y la esperanza las virtudes vitales en nuestras vidas, virtudes que nos invocan a comprender la verdad de los hechos; la fe y la esperanza nos llaman a la acción y nos anuncian que, detrás de deseos y de ambiciones, hay nuevas oportunidades que nos hacen mirar hacia el futuro, como bálsamo de fortaleza e inspiración en estos días difíciles, hagámonos amigos del tiempo y demos un espacio para que las cosas ocurran en el momento debido y correcto con optimismo y confianza, pues, al fin y al cabo, todo cambiará.
Redacción RI

En el transcurso de estos últimos días se tienen noticias alentadoras sobre el descenso del número de contagios y decesos por el COVID-19 gracias a las jornadas de vacunación pese a las dificultades presentadas por la tardía llegada de dosis como la desinformación y la agresiva campaña contra las vacunas. 

Esta buena nueva recibida durante estas últimas 24 horas no garantiza que ya no haya una eventual tercera ola, más bien, las autoridades sanitarias nos recomiendan a “no bajar la guardia” cumpliendo las reglas de bioseguridad y contribuir al proceso de vacunación, pues, estamos enfrentando a un enemigo mortal, invisible y traicionero, eso implica a seguir cuidándose y no confiarse, puesto que en cualquier momento podría haber algún rebrote.  

Vivimos una realidad nunca vista, situación que ejerce una grave presión en nuestra salud física y mental, sin embargo, en estos complicados momentos surgen actos de heroísmo donde es evidente la abnegación del personal sanitario y la generosidad desbordante de muchas personas, cuyos ejemplos animan y motivan, y nos instan a expresar nuestra admiración y gratitud por las muestras de grandeza de las cuales son capaces.  

No obstante, a ello, aún hay sectores incomprensibles que tienen el concepto errado de que se vive en completa normalidad y menosprecian su salud y la de los demás con la promoción o participación de actividades sociales no propicias en estos momentos. 

A este escenario, aunque con pocas excepciones, se suma la fragmentación social propugnada por la clase política que ha llegado al hartazgo de la ciudadanía, quien muestra su indignación por el abuso y exceso de los políticos corruptos que, ahora, se fajan por la democracia exigiendo la vacancia presidencial olvidando (con tan cinismo) el grave daño que causaron al país cuando ellos, por mucho tiempo, manejaron el poder y no hicieron nada, siendo una de las razones por las que miles de personas han muerto por la pandemia y que, hoy, se autoproclaman como los “redentores del Perú”.  

Es preciso señalar que la corrupción en el Perú ha llegado a su máxima expresión, debido que fuimos gobernados, en los últimos 30 años, a excepción de Valentín Paniagua y Francisco Sagasti, por personajes requeridos por la justicia con oscuros pasados, sin embargo, se hicieron pasar como apóstoles de la honradez, la técnica y el trabajo, copioso ejemplo que salpica a algunos ex congresistas que se aprovechan de las movilizaciones y hacerlas tribuna de su renacimiento. 

Vivimos tiempos complicados, pero resulta paradójico que haya gente que está siendo utilizada por partidos de la derecha y las élites sociales para que, en vez de juzgar a quienes robaron o se enriquecieron a costa de la necesidad o del dolor ajeno, juzguen a quienes están luchando contra la corrupción. 

En estas últimas semanas se ha acrecentado la incertidumbre en el país auspiciado por intereses políticos y económicos que no quieren dejar el poder y, les duele en el alma que (ahora) gobierne otro sector social, situación que ocasiona inestabilidad del precio del dólar donde los mercados se mantienen expectantes dando origen al alza de costo de vida, subida de precios de combustibles y otros hechos que perturba la tranquilidad pública.  

Pero, al margen de todo lo que viene ocurriendo, hay muchas cosas por delante, las que abren las pasiones más sutiles de la vida y que, ante los adversos momentos debe haber  comprensión y entendimiento; no permitamos que el miedo, el cansancio o el derrotismo sea la primera palabra, no perdamos la esperanza de un cambio que el país lo necesita, actuemos con fe porque la fe es más fuerte que la desesperación, donde nuestra lucha diaria sea  las más relevante verdad de nuestras ilusiones, podremos haber perdido la confianza en la mayoría de políticos y autoridades, pero no hemos perdido nuestra fe en el Perú. 

En este tiempo crucial por el COVID-19 y las crisis económica, política, sanitaria y de valores fundamentales que abruman a la patria, serán la fe y la esperanza las virtudes vitales en nuestras vidas, virtudes que nos invocan a comprender la verdad de los hechos; la fe y la esperanza nos llaman a la acción y nos anuncian que, detrás de deseos y de ambiciones, hay nuevas oportunidades que nos hacen mirar hacia el futuro, como bálsamo de fortaleza e inspiración en estos días difíciles, hagámonos amigos del tiempo y demos un espacio para que las cosas ocurran en el momento debido y correcto con optimismo y confianza, pues, al fin y al cabo, todo cambiará.