Editorial
LA POBREZA DISMINUYE… PERO LA CORRUPCIÓN NO NOS DEJA AVANZAR
LA POBREZA DISMINUYE… PERO LA CORRUPCIÓN NO NOS DEJA AVANZAR
Las cifras oficiales hoy parecen traer un respiro: el INEI y diversos especialistas celebran que los niveles de pobreza en el Perú vienen disminuyendo. Si en el 2024 la pobreza alcanzó el 27.6%, para el 2025 se proyecta una caída a 25%, impulsada por un crecimiento económico más dinámico y una recuperación de la inversión privada. El Banco Central confirma la tendencia: inversión privada al alza, PBI en expansión y un panorama macroeconómico que, en teoría, debería traducirse en mejores días para millones de peruanos.
Pero ¿es suficiente celebrar? ¿Podemos realmente estar satisfechos cuando sabemos que el país pierde, año tras año, miles de millones de soles producto de la corrupción?
Porque si algo está claro es que las brechas sociales que cargamos no son producto de la mala suerte ni de condiciones inevitables. Son consecuencia directa de un patrón sistemático de saqueo institucionalizado que ha frenado —y continúa frenando— el desarrollo del Perú.
Estamos seguros de que si desterráramos los múltiples niveles de corrupción que contaminan al Estado, el panorama sería radicalmente distinto.
Tendríamos niños estudiando en escuelas dignas, no en locales precarios o colegios rurales que se caen a pedazos.
Tendríamos hospitales abastecidos, médicos suficientes y un sistema de salud que no abandone a la población en los momentos más críticos.
Tendríamos carreteras asfaltadas, vías seguras, infraestructura moderna… y una ciudadanía que no viva con la sensación permanente de que el Estado le da la espalda.
La pobreza es, en gran parte, un reflejo del dinero que no llegó a donde debía. No es un misterio: cuando la corrupción captura licitaciones, presupuestos y proyectos, lo que se roba no es solo plata. Se roba el futuro, se roba oportunidades, se roba bienestar.
Por eso, si bien es positivo que el índice de pobreza haya descendido de 29% en el 2023 a 27.6% en el 2024, y que se proyecte 25% para el próximo año, estas cifras deberían ser mucho mejores en un país con el nivel de recursos y potencial que tiene el Perú.
El crecimiento del PBI —3.4% en el tercer trimestre de 2025— y la expansión de la inversión privada —11.4%— son señales alentadoras. Pero de nada servirán si continúan filtrándose por el colador de la corrupción, un mal que desde décadas viene drenando las posibilidades de desarrollo real.
La lucha contra la pobreza no puede reducirse a la fría estadística ni a una celebración triunfalista cuando la raíz del problema sigue intacta.
Hasta que no se ataque seriamente la corrupción —desde la alta política hasta las oficinas más pequeñas del Estado—, el Perú seguirá avanzando a media marcha, celebrando porcentajes que podrían ser mucho mejores y aceptando un progreso que, aunque positivo, sigue siendo insuficiente.
El país merece más. Nuestra gente merece más.
Que la economía crezca es importante.
Que la pobreza disminuya es alentador.
Pero que la corrupción desaparezca es indispensable.
Solo entonces podremos hablar de un Perú que realmente avanza.
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