Editorial
La Unidad como Arma contra la Indiferencia

La Unidad como Arma contra la Indiferencia
En tiempos de profunda crisis social y un abandono histórico que se extiende como una sombra sobre regiones olvidadas, resuena con vigencia renovada la antigua máxima "divide et impera" —divide y vencerás—. Empleada magistralmente por Napoleón Bonaparte en sus campañas políticas y militares, esta estrategia hoy se manifiesta de manera dolorosa en Cajamarca, no por obra de un invasor externo, sino por las grietas internas que socavan la lucha colectiva de un pueblo exhausto de promesas vacías y postergaciones crónicas.
El anuncio del paro regional indefinido, programado para el 6 de octubre de 2025, surge como un clamor legítimo y desesperado de una población que reclama lo esencial para su supervivencia digna: carreteras pavimentadas y seguras que conecten comunidades aisladas, medidas efectivas contra la delincuencia organizada que azota barrios y campos, y un control estricto sobre la minería informal que no solo devasta ecosistemas irremplazables, sino que también arrebata oportunidades laborales y contamina fuentes vitales de agua. Estos no son caprichos de unos pocos, sino demandas de justicia elemental, arraigadas en décadas de inequidad donde el centralismo limeño ha priorizado megaproyectos urbanos sobre las necesidades periféricas.
Sin embargo, la reciente decisión del Comité Provincial de Rondas Campesinas de no adherirse al paro —argumentando falta de coordinación, amenazas internas y la prioridad de mantener el orden provincial— genera una fisura alarmante que desconcierta y debilita el frente unido. Esta postura, discutible en un contexto de tensiones locales, plantea interrogantes profundas…La reflexión es inevitable: en un país con una historia marcada por luchas sociales atomizadas —desde las huelgas mineras de los años 70 hasta las recientes movilizaciones agrarias—, las divisiones no solo diluyen el impacto, sino que perpetúan el ciclo de marginación.
¿Qué gana Cajamarca con esta fragmentación? La respuesta es inequívoca y amarga: beneficia al centralismo burocrático que eterniza obras viales inconclusas, como la Longitudinal de la Sierra; fortalece la indiferencia de un Estado que halla en la desunión regional el alfil perfecto para su inacción; y empodera a intereses extractivistas que explotan el caos para expandirse sin rendir cuentas. La historia universal y nacional lo demuestra con crudeza: las victorias sociales, desde la independencia peruana hasta las reformas agrarias en América Latina, solo se han alcanzado en la forja de la unidad. Cada desconfianza entre dirigentes, cada pugna por liderazgos o recursos, no hace más que erosionar el mensaje colectivo y restar potencia a la voz del pueblo.
Si aspiramos a que Cutervo, Jaén y toda Cajamarca sean verdaderamente escuchados en los pasillos del poder, el sendero no pasa por confrontaciones inútiles, sino por un diálogo constructivo y una cohesión inquebrantable. Nadie ignora las falencias en la coordinación o las tensiones que surgen de liderazgos imperfectos; pero estas no pueden eclipsar la causa mayor: la recuperación de la dignidad regional frente a un modelo económico que condena al norte peruano a la periferia eterna. Ampliar esta reflexión implica reconocer que la unidad no es solo táctica, sino ética: implica superar egos personales en favor de un bien común, inspirándonos en ejemplos como las rondas campesinas unificadas que en los 80 combatieron el abigeato con solidaridad inquebrantable.
Hoy, más que nunca, urge revivir la consigna invertida: "unidad para vencer". La población ya ha demostrado su convicción, manteniendo firme su apoyo al paro pese a las adversidades. Corresponde ahora a los dirigentes —de rondas, gremios y autoridades locales— elevarse por encima de las diferencias, forjar alianzas inclusivas y amplificar la protesta con una sola voz. Solo así Cajamarca trascenderá su imagen de territorio olvidado para erigirse como paradigma de organización resiliente y resistencia efectiva.
La historia no absuelve las divisiones en momentos difíciles; las condena al olvido de las causas perdidas. Si anhelamos justicia auténtica para nuestra tierra, la unidad no es una mera opción estratégica: es una obligación moral e imperativa. Que el 6 de octubre no sea el inicio de una fractura, sino el renacer de un frente invencible.
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