Editorial
UN MINISTRO DE LUJOS EN UN PAÍS DE ESCUELAS OLVIDADAS

UN MINISTRO DE LUJOS EN UN PAÍS DE ESCUELAS OLVIDADAS
El reciente informe que revela que el ministro de Educación, Morgan Quero, ha gastado más de S/ 9,000 en ropa, lavandería y galletas desde que asumió el cargo es más que un dato anecdótico: es un espejo de la desconexión de nuestras autoridades con la realidad nacional. En cualquier otra circunstancia, esos gastos podrían considerarse menores, pero en un país donde la educación está marcada por el abandono y la desigualdad, se convierten en un símbolo de indiferencia.
El Perú ocupa los últimos lugares en evaluaciones internacionales de aprendizaje. Miles de escuelas carecen de servicios básicos como agua, electricidad o baños adecuados. En las zonas rurales, niños y niñas caminan horas para llegar a aulas improvisadas, muchas veces hechas de adobe o madera que se desmorona. Otros reciben clases en espacios abiertos, bajo techos de calamina que no resisten las lluvias. Esa es la verdadera cara de la educación peruana: una infancia olvidada, con sueños interrumpidos por la precariedad.
Frente a este panorama, resulta inadmisible que el máximo responsable del sector destine dinero público a cubrir gastos superfluos. No se trata solo de un monto específico, sino del mensaje que envía: mientras los escolares carecen de lo esencial, el ministro prioriza su comodidad personal. Esta incoherencia erosiona la confianza ciudadana y refleja un Estado que parece no tener claro que cada sol malgastado es una oportunidad perdida para un niño que podría aprender mejor.
La educación es, sin duda, el motor de cualquier sociedad que aspire al desarrollo. Países que lograron salir del atraso lo hicieron invirtiendo en maestros capacitados, infraestructura digna y programas de inclusión. En cambio, en el Perú seguimos atrapados en un ciclo de abandono, donde la niñez rural es la más afectada y el centralismo agrava las brechas. ¿Cómo exigirle a un estudiante que sueñe con ser ingeniero, médico o profesor si ni siquiera tiene un pupitre donde sentarse?
La tarea de un ministro de Educación no es lucir impecable ante las cámaras, sino garantizar que los niños estudien en condiciones dignas. No es justificar gastos personales, sino rendir cuentas y mostrar austeridad. El cargo que hoy ostenta Quero no es un privilegio para servirse del Estado, sino una responsabilidad histórica para transformar el futuro del país.
Mientras en las alturas de los Andes, en la Amazonía o en los rincones más pobres de la costa, miles de estudiantes aprenden en condiciones de olvido, resulta ofensivo que su ministro muestre más interés en la apariencia que en la esencia. La educación no puede esperar, y mucho menos tolerar ministros que confunden servicio público con beneficio personal.
El Perú necesita un liderazgo que ponga por delante la niñez, la equidad y la justicia educativa. Todo lo demás es ruido, distracción y soberbia