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DIGNIDAD Y JUSTICIA PARA LOS MAESTROS DE SIEMPRE

Editorial de hoy martes 3 de junio del 2025
Redacción RI

Dignidad y Justicia para los Maestros de Siempre

En un acto de profunda dignidad y legítima indignación, se ha conformado en nuestra provincia el Comité de Cesantes y Jubilados del Sector Educación, un espacio que busca dar voz a quienes, tras décadas de entrega y sacrificio en las aulas, hoy se ven relegados por un sistema que los ha olvidado. La asamblea, realizada en la Casa del Maestro, no solo representa una acción organizativa, sino un grito de justicia de quienes dedicaron su vida a forjar generaciones, y que ahora, paradójicamente, sobreviven con pensiones que no alcanzan siquiera la Remuneración Mínima Vital. Este movimiento no es solo una respuesta al abandono, sino un recordatorio de la deuda histórica que el país tiene con sus educadores. Como bien decía José Martí: “el hombre, por más grande que llegue a ser, siempre habrá pasado por las manos de un MAESTRO”. Que la ingratitud sea cosa del pasado y se reconozca, con hechos concretos, la dignidad de quienes formaron a la sociedad de hoy.

La elección del comité directivo, presidido por el profesor Oliver Quijano Chero —destacado exdocente casanovista y exsubprefecto provincial—, marca un hito en esta lucha. Este organismo surge como una respuesta directa al abandono estatal y a la indiferencia de sucesivos gobiernos que han preferido mirar hacia otro lado, mientras cientos de maestros cesantes y jubilados caen en la pobreza, olvidados por el país al que sirvieron con pasión y compromiso. La conformación del comité no es solo un acto de organización, sino un símbolo de resistencia frente a un sistema que ha normalizado la precariedad de quienes dedicaron su vida a la enseñanza.

Hoy, miles de docentes jubilados perciben entre 500 y 850 soles mensuales, una suma indigna que no solo ofende a la profesión docente, sino que vulnera los principios más elementales de justicia social. ¿Cómo puede un país que dice valorar la educación permitir que sus formadores vivan en condiciones precarias? ¿Qué mensaje enviamos a las nuevas generaciones de maestros cuando permitimos que quienes les precedieron sean relegados al olvido? La enseñanza es la base de toda sociedad, y los maestros son los arquitectos de ese cimiento. Abandonarlos en su vejez es traicionar los valores que ellos mismos nos inculcaron.

La reciente aprobación en la Comisión de Economía del Congreso del dictamen que propone equiparar las pensiones de los docentes jubilados con la Remuneración Íntegra Mensual de la primera escala magisterial es un paso esperanzador, pero insuficiente si no se traduce en acción concreta. Este dictamen no debe quedar en promesas vacías ni archivarse en la indiferencia legislativa, como tantas otras iniciativas en el pasado. El pleno del Congreso tiene ahora en sus manos una oportunidad histórica para saldar una deuda social con quienes han sido pilares de la nación desde las aulas. No se trata de un acto de caridad, sino de justicia elemental. Es una obligación moral y ética reconocer el valor de quienes, con vocación y sacrificio, educaron a generaciones enteras.

Exigimos al Congreso, al Ejecutivo y a todas las instancias del Estado que escuchen este clamor. La vejez no puede ser sinónimo de olvido ni de precariedad. Es momento de reconocer con hechos —y no solo con palabras vacías cada 6 de julio— a los maestros de siempre. Porque no hay futuro sin educación, ni educación posible sin dignificar al maestro. Este no es solo un reclamo por pensiones dignas, sino una defensa de los valores que sostienen a una sociedad: gratitud, respeto y justicia.

No basta con discursos elogiosos ni con homenajes esporádicos. Los maestros merecen un reconocimiento tangible que les permita vivir con dignidad, no solo sobrevivir. Es hora de que el Estado asuma su responsabilidad y demuestre que valora la educación no solo en retórica, sino en acciones concretas. Gratitud y gloria a nuestros maestros, sí. Pero también pensiones dignas, respeto permanente y un compromiso real con quienes son el alma de la educación.

Por: José Matta Guerrero 

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