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LA FURIA DE LAS LLUVIAS Y LA INDIFERENCIA DEL PODER

✍???? #Comentario | LA FURIA DE LAS LLUVIAS Y LA INDIFERENCIA DEL PODER
Las intensas lluvias que azotan el país, con especial crudeza en la región de Cajamarca y sus provincias, han desatado una tragedia que no solo pone en evidencia la vulnerabilidad de nuestras comunidades frente a la naturaleza, sino también la alarmante inacción de un sistema que parece sordo ante el clamor de su pueblo. Los huaicos e inundaciones han convertido a pueblos enteros en escenarios de desolación, aislando comunidades, destruyendo medios de vida y obligando a familias a abandonar sus hogares en busca de refugio.
Chaupe, Pariamarca, Queromarca en Callayuc y otros son hoy el rostro de una crisis que no da tregua, mientras las autoridades, desde la comodidad de sus despachos, se limitan a declaraciones vacías y promesas sin sustento.
En Chaupe, distrito de Querocotillo, las familias damnificadas alzan sus voces pidiendo auxilio… como lo hizo ayer una madre desde Callayuc, un grito que resuena como un eco de desesperación en medio del lodo y las ruinas. En Pariamarca, en el distrito de Querocoto, provincia de Chota, las calles anegadas y las viviendas inundadas y colapsadas son testigos mudos de cómo la naturaleza, desatada por las lluvias, arrasa con todo a su paso: lodo, piedras y madera sepultan esperanzas y exponen la fragilidad de una región olvidada. Las pérdidas económicas son incalculables, pero más grave aún es el costo humano: decenas de familias en riesgo, madres humildes que claman por ayuda, niños que ven sus hogares reducidos a escombros.
Frente a este panorama desolador, la respuesta del gobierno central resulta insultante. Declarar el estado de emergencia en los distritos afectados suena a un gesto grandilocuente cuando no va acompañado de recursos concretos.
¿De qué sirve un anuncio desde Palacio de Gobierno si no hay presupuesto, maquinaria ni ayuda humanitaria inmediata para socorrer a quienes lo han perdido todo? Las autoridades locales, por su parte, evalúan daños y esperan apoyo, pero el tiempo apremia y la burocracia parece ser un lujo que las víctimas no pueden permitirse. La inacción no es solo negligencia; es una traición a la confianza de un pueblo que, en su hora más oscura, solo encuentra silencio.
Es imperativo que se abandone la retórica estéril y se pase a la acción. Las familias afectadas no necesitan más palabras huecas; requieren soluciones reales: maquinaria para despejar caminos, asistencia humanitaria para aliviar su sufrimiento y un plan serio de prevención que evite que estas tragedias se repitan con cada temporada de lluvias. La vulnerabilidad de estas zonas no es un secreto; los riesgos de construir en áreas propensas a deslizamientos son conocidos. Sin embargo, la falta de políticas de ordenamiento territorial y de inversión en infraestructura resiliente sigue cobrando vidas y destruyendo futuros.
• Lo que ocurre en nuestras provinvias no es un evento aislado. Cada año, diferentes regiones del país sufren desastres similares sin que haya un cambio significativo en la política de gestión del riesgo. La prevención sigue siendo un concepto relegado, y la planificación territorial brilla por su ausencia. Mientras tanto, las comunidades más vulnerables pagan el precio de la negligencia con sus vidas y su futuro.
Cajamarca, una región rica en historia y recursos, no merece ser abandonada a su suerte por un gobierno central indolente. Es momento de escuchar esas voces que claman desde los escombros, de tender la mano a esas madres que luchan por sus hijos en medio de la adversidad. La naturaleza puede ser implacable, pero la indiferencia humana no tiene justificación. Que este desastre sirva como un llamado urgente a la responsabilidad, a la solidaridad y al compromiso con los más vulnerables. Porque mientras las lluvias siguen cayendo, el tiempo de actuar se agota.
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